La gente
Veo cientos de rostros, imagino miles de historias.
¿Dónde está el Japón profundo?, ¿cómo poder conocer la vida cotidiana de tanta gente, tantas personas con las que me cruzo en las calles, que veo una vez y no volveré a ver jamás en la vida?
El hombre que va a su oficina, el que contempla la laguna, el señor solitario que mira hacia el infinito, la niña que juega con el papalote, el que busca en el basurero, el lustrabotas, la prostituta, el grupo que canta en las calles, el padre que juega con su hijo en plena avenida. Pocas historias se conocen en unos días de paso en un país extranjero. Sólo recuerdo dos. La del político, aquel amigo, casado con boliviana que, luego de su estancia en Nueva York, decidió hacer política en su país. Me lo encontré en plena campaña, colando afiches, repartiendo panfletos, vociferando en el metro.
Meses más tarde sería elegido diputado. Y la otra, la especialista de ikebana, que hizo una demostración frente a un grupo de extranjeros en la “ceremonia del té” de cómo se podía hacer una hermosa decoración en algunos minutos. Pero lo impresionante no era eso, sino que ella era la décima generación de una familia que se había especializado en una técnica particular de ikebana. Desde el abuelo del abuelo de su abuelo (y así hacia arriba), habían logrado mantener una tradición y una misión para las futuras generaciones que hoy, en el siglo XXI, la seguían portando como tarea.
La vuelta
La vida tiene momentos que, para bien o para mal, no se vuelven a repetir; es una espiral constante. Lo que en algún momento estuvo al alcance de las manos, se esfuma con el tiempo. No hay viaje sin retorno, salvo para Thelma and Louise. Sabemos que es un paréntesis, que terminará en un corto plazo y que lo vivido en los días de «vacación» se quedarán en el archivo fotográfico, en la caja de nuestros recuerdos que, al lado de otros más, irán construyendo nuestra historia.
Quizás eso es lo que le da más emoción. Un viaje es como una amante, que vemos regularmente pero siempre de forma distinta. Nunca nos cansamos de verla, pues nunca termina de instalarse en nosotros, y siempre podemos perderla. La incertidumbre de que pueda no volver a suceder el encuentro es lo que alimenta esa experiencia extraordinaria.
Hago maletas, recojo cada una de las imágenes tomadas en este viaje, respiro y me dispongo a emprender la larga vuelta.
Dejo al Japón con la pregunta que no puede faltar en ningún viaje pero que ahora cobra mayor sentido: ¿cuándo volveré? Quizás nunca, quizás en un tiempo. Dejo el mundo de las incertitudes, lo desconocido, lo que impacta; vuelvo a mis montañas, al barrio donde crecí, a la gente que conozco hace tantos años. Vuelvo a esperar y planificar el próximo viaje, la próxima aventura que vuelva a darme razones para seguir viviendo.
Publicado originalmente en «Viajar, Mirar, Narrar» (2018).