El mercado tiene siempre la capacidad de aglutinar los distintos estilos de vida. No hay sociedad sin mercado. Es un punto de encuentro, de intercambio. La diversificación de las formas de la venta en Japón han hecho que los tipos de mercado que existen sean variados: el mercado popular, el lugar de aparatos electrónicos, el «shopping», los mercados tradicionales, la vida subterránea.
El mercado popular es muy similar a lo que podríamos encontrar en Bolivia o en cualquier lugar de América Latina: una infinidad de productos que van desde comida hasta ropa, pasando por artefactos para el hogar, la oficina, animales vivos, fruta, etc. El orden es más bien anárquico, un poco de todo, una tienda al lado de otra sin importar lo que se venda. Me llama la atención la cantidad de mariscos, vivos, muertos, congelados. No es casual que Japón sea una gran isla y que una de sus actividades principales gire alrededor de la vida marítima. El mercado popular, aquella pequeña calle que esconde miles de sorpresas, aquel laberinto que nos conduce por una infinidad de ofertas, con esa sabrosa sensación de no controlar nada, no comprender de qué se trata, sólo dejándose llevar por las imágenes que una a una invitan a una secuencia anárquica de lo desconocido.
A unos minutos caminando tenemos el Den den town, enorme barrio donde se vende toda la tecnología de punta. Son alrededor de 300 tiendas de aparatos electrónicos: celulares, TV, computadoras, filmadoras, calculadoras, en fin, todo lo que la tecnología puede ofrecer al mundo de hoy. Se mantiene una forma desordenada de la venta, todas las tiendas tienen todo, tiendas grandes y chicas, especializadas y generales. Al ver la tremenda oferta tecnológica y el movimiento comercial de la zona no nos queda la menor duda de que la población ha logrado incorporar a su vida cotidiana los réditos de la tecnología, se supo apropiar de ella y utilizarla con naturalidad. Por eso, no es casual encontrarse a todo japonés con un celular en la mano.
La relación hombre-tecnología parece haber tomado el lugar de la relación hombre-hombre. Ya no se necesita del otro. Para la compra de billetes en el metro, la diversión, el juego, etc., ha dejado de ser necesario tener alguien en frente, sólo se requiere de una máquina.
Los locales tradicionales también forman parte del panorama del lugar. Son varias las calles pintorescas que ofrecen comida y otra gama de ofertas.
El mercado también tiene una vida subterránea intensa. Considerando el frío que hace en invierno, se ha construido una serie de corredores subterráneos con grandes tiendas en las cuales uno se puede pasear por horas, encontrando todo lo posible, sin necesidad de salir a la luz del día, luz tímida, en todo caso, acompañada del frío intenso.
Hay muchos casinos muy concurridos; se nota que a la gente le gusta pasar horas allí, derrochando tiempo y dinero. Como no podía ser de otra manera, no falta la calle en la que uno se encuentra con el mercado sexual, una variedad de ofertas de las cuales uno se puede guiar únicamente por las imágenes, que ya son suficientemente explícitas.
En algún lugar de la ciudad están los grandes shoppings al estilo americano. Pocas cosas cambian en este espacio con respecto a lo que puede suceder en cualquier mall de Estados Unidos. Las ofertas («sales»), los productos, la forma de la venta, etc., nos traen las imágenes de las metrópolis americanas: hay ropa, juegos electrónicos de dinero, hamburguesas, boutiques, perfumes, gente bien vestida, una madre con su hija luego de salir de compras, todo caro, precios por todo lado en un mar de personas. Algo sí cambia considerablemente: la gente.
¿El mercado o los mercados? Más bien las formas de intercambio y comercio, y las culturas de consumo que se generan alrededor. Vaya variedad de una sociedad compleja como es la del Japón de hoy.
Publicado originalmente en «Viajar, Mirar, Narrar» (2018).