CRÓNICA DE UN LARGO VIAJE
Modificar el tiempo y el espacio hasta el punto de perder las nociones básicas que nos dan estabilidad, es una experiencia que no se vive a menudo. Por ello va esta crónica del paulatino proceso de transformar física, psíquica y biológicamente los referentes espacio – temporales.
Salida de La Paz: viernes 14 de enero
No me levanto muy temprano. Lo he hecho los últimos días y estoy cansado. Hoy decido descansar un poco más, pero el trabajo y el stress de este periodo no han terminado.
Rompo la rutina. Me quedaré en pijamas hasta el final, lo último que haga será tomar una ducha. Muchas cosas tengo que hacer: arreglar maleta, las «tres pes de todo largo viaje» (pasaporte, pasaje, plata), grabar mi ponencia en un disk, hablar a Omar.
Llegó el día del viaje al Japón. Pocas veces uno puede ir a esos lugares lejanos. El viaje salió de improviso, azaroso como son estas experiencias vitales.
Me atrasaré en la preparación de las cosas. Tenía pensado salir a las 11:00 para estar en el aeropuerto a las 11:45, hora sugerida por la agencia de viajes. Son las 11:20 y estoy entrando a la ducha.
Son las 12:10 y estoy en la avenida Mariscal Santa Cruz. Veo la hora en el reloj que marca la temperatura en plena calle. Hay embotellamiento, me pongo nervioso, bocineo sin sentido, regaño al taxista delante mío. Mi angustia me sobrepasa e inunda la pequeña peta.
En la autopista acelero a fondo, tan fondo como lo puede hacer un auto de 2900 $us. Llego al aeropuerto y no hay nadie en la fila, llegué temprano. Siempre me pasa lo mismo.
Ya estoy en el avión. Voy por Sao Paulo con escala en Santa Cruz.
En el avión Sao Paulo – Los Ángeles
Es la 1:00 de la mañana del 15 de enero. Para mí son las 23:00 del día anterior. Estoy en el avión. Tuve que esperar como 5 horas en el aeropuerto. Leí 100 páginas del libro que traje para que me acompañara en estas horas muertas, llamé a una vieja amiga, me compré dos revistas de foto. Vaya manera de matar el tiempo.
La pantalla que tengo en frente anuncia que afuera la temperatura es de 62 grados bajo cero, que hemos volado 10 horas, que estamos sobre México, que la velocidad es de 794 km/h, que estamos a 11900 metros de altura, y que son las 5:33. En mi reloj son las 11:33. Es decir que tengo que atrasar 6 horas mi reloj. Primero adelanté 2, y ahora atraso 6, o sea que atraso 4. Decido mantener la hora de La Paz en el reloj de bolsillo que compré en Praga el año pasado, para poder tener una referencia de La Paz.
En el aeropuerto de Los Ángeles
El lugar es frío, plano, como si lo hubieran hecho a propósito para que no se le ocurra quedarse al que está en tránsito. Contrasta con el video que muestran en el avión sobre Los Ángeles, con playas, mujeres en malla y patines, carteles de Hollywood, restaurantes y edificios modernos. Tales ofertas no las apreciamos desde aquí, una sala larga de 4 metros de ancho, asientos negros en tres filas, dos Duty Frees, baños, computadoras para Internet, teléfonos públicos y una sala exclusiva para los fumadores. El mundo ofrecido porLos Ángeles lo podemos ver en las postales del Duty Free, las estatuillas de la libertad, las poleras impresas y las revistas. Hay un desencuentro entre un mundo imaginado que se muestra desde la pantalla de T.V. y su fotocopia a colores expuesta en la vitrina de la tienda.
La gente no sabe qué hacer. Son 12 horas de viaje (para mí ya van casi 24). Los que están en grupo (unos cuantos) se sientan y charlan, los que viajan solos se dispersan a lo largo de la sala, los menos compran en el caro Duty Free; los más se ponen los perfumes de muestra de la perfumería. Todos esperan.
Detalle que olvidaba pero que da forma al escenario: abundan las plantas en este lugar, verdes, con flores amarillas, brillantes y relucientes. Todas de plástico.
Faltan 12 horas de vuelo hasta Nagoya, y será de día, por lo que el sueño no podrá aliviarme el no saber qué hacer: típico de los viajes largos.
En el avión Los Ángeles-Nagoya
Los «japoneses-brasileros» son diferentes a los «japoneses-americanos». A mi derecha hay una pareja de «japoneses-gringos». Tienen más seguridad en el avión, se visten modernos, con pañuelos en la cabeza, se ponen cremas y sprays, tienen un “tipo” japonés, menos latinizado.
Las azafatas ahora son japonesas en su mayoría. ¡Son 12 horas de vuelo! Ahorita almorzaremos, y al llegar a Nagoya volveremos a almorzar. 12 horas, ¿qué haré tanto tiempo? Seguramente leer, aburrirme, dormir. Me pedí Newsweek, Los Angeles Times y otras cosas.
En Japón son las 2:50, y en mi reloj las 9:50. ¿Adelanto o atraso? En La Paz es la 1:50, todos duermen.
El que espera desespera. Vi tres malas películas de avión, comí, fui al baño, leí Newsweek, mi libro de viajes, Los Angeles Times, el periódico de los brasileros en Japón, y todavía faltan 4 horas para llegar. ¡Qué viaje más largo! No sé qué hacer, en qué pensar, qué leer, todo me aburre, sólo quiero llegar.
En la estación de tren de Nagoya rumbo a Osaka
Dos cosas llaman la atención a primera vista: el orden (todos obedecen las reglas, nadie se pasa de la línea, todos cruzan en verde, se paran en rojo) y la tecnología (para comprar boletos se utiliza un sistema computarizado, no hay gente. Todos tienen celular, muchos teléfonos, muchos relojes). Mucho orden y tecnología.
Acabo de meter la pata, hay una fila para entrar al vagón y yo entro por cualquier lado. Algunos tienen un trapo blanco en la boca, debe ser para la contaminación. Las chicas tienen zapatos altísimos, botines y mini. Los autos van al revés, como en Londres. Muchos jóvenes en la calle. Ningún signo es comprensible para mí, salvo los números.
En el hotel de Osaka
Ya estoy en el hotel. Son las 20.00 y para mí son las 7 de la mañana, sin dormir. Ya perdí la cuenta, no sé si adelanto o atraso el reloj, en todo caso, hay como 12 horas de diferencia, adelante o atrás. Me duele la cabeza. Me duermo. Mañana empieza una nueva jornada laboral.
Publicado originalmente en «Viajar, Mirar, Narrar» (2018).