La vida colectiva no puede suceder sin el intercambio, y el mercado es uno de los lugares donde éste sucede con mayor intensidad y pluralidad. De alguna manera es una síntesis de las formas de
las relaciones sociales de una determinada comunidad. En El Ajusco, el mercado impregna a sus habitantes y asume tres formas.

El mercado moderno parecería estar construido bajo el paradigma del orden. Hay una entrada y una salida, cada fruta o verdura está en un recipiente para que no se mezcle con otra, y todas son cuidadosamente acomodadas encima de una misma mesa. La relación entre producto y comprador es directa, se evita el trato humano hasta llegar al cajero donde ahí sí sucede el intercambio comercial con un funcionario que no mantiene ninguna relación con lo que ofrece el supermercado, sino que más bien cumple su trabajo.

En ese momento, cada producto pierde su especificidad y se le homogeniza a través de la barra electrónica que le asigna un importe mercantil. Un tomate es lo mismo que una computadora: una cifra cuya diferencia radica en los ceros que contiene. En la caja todo se convierte en números cuya adición tiene que ser cancelada con un billete —o tarjeta— de igual valor.

Cada producto ha sido estudiado y aprobado por los directivos antes de ser ofrecido al público. El espacio interior o exterior está estrictamente controlado, se evita la suciedad, el sol o lo que pueda considerarse como no formal. Se evita cualquier expresión de desorden. El mercado tradicional tiene un nombre propio que responde a la historia del barrio y no a una empresa nacional. Se llama La Bola.

Los productos son variados y dependen estrictamente de la voluntad y el olfato comercial del vendedor, que es un especialista de la mercancía que ofrece. En cada compra sucede una interacción entre vendedor y comprador; los precios son negociables y se ajustan dependiendo en buena medida de simpatías construidas en el momento. Si bien existe un orden global de organización de los rubros, los comerciantes diversifican su oferta hasta donde consideran pertinente.

Pero también está el mercado de la calle, el que no se reúne en un solo lugar, sino que sucede en plena vereda. Ahí la diversidad también es enorme: se venden coches, fruta, comida, ropa, verduras, aparatos electrónicos, discos compactos, películas, etcétera. Algunos, más formales, tienen una tienda instalada y pintan en su pared el nombre de su local y de lo que ofrecen. Otros más bien exponen sus productos en el suelo, teniendo que recogerlos cuando acaba el día.

Y así el mercado opera, en sus distintos formatos de oferta y de consumo, dinamizando y construyendo las relaciones sociales de la colonia.

Publicado originalmente en «Ver y Creer», 2012.